Vivimos tiempos convulsos. La política se ha metido en
nuestras vidas hasta la náusea, y la saturación ha provocado que los argumentos
den paso a las pasiones. Cuando acudimos a una cita electoral, no estamos
eligiendo al mejor compañero de cañas, no elegimos al más guapo o a la más
guapa, ni siquiera debemos ir contra de… lo cual es un síntoma evidente de
inmadurez. Elegimos a aquellas personas que entendemos que van a hacer el mejor
uso de nuestro dinero. Que van a conseguir que nuestro país, nuestra comunidad
o nuestro pueblo esté mejor, que sea un lugar donde nos desarrollemos como individuos,
donde convivamos y donde nuestros hijos puedan labrarse el mejor futuro.
Los analistas políticos, los estrategas, han descubierto que apelar a las tripas, al enfrentamiento es más fácil y obtiene mejores resultados que exponer propuestas. Todos aquellos que en la sociedad civil no son más que mediocres invisibles se dan cuenta de que en un púlpito, con un discurso lleno de carnaza y vísceras y con la colaboración inestimable del cuarto poder, son capaces de competir de tú a tu, con méritos, principios y valores e incluso con ideas. Así, durante años, la materia gris ha ido retirándose de la escena política y ha sido sustituida por la lucha en el barro, la especialidad del mediocre, y el ciudadano-espectador, lo ha asumido como normal.
Pero hay esperanza. Hay en política ciudadanos que pueden
mostrar un bagaje profesional previo, que tienen una propuesta basada en la
gestión y un equipo compuesto por personas con capacidad. Ciudadanos que no dicen frases vacuas
“bajaremos los impuestos”, “mejoraremos la seguridad”, frases que cualquier imbécil
puede decir, sino que las avalan poniendo números y datos sobre la mesa. Ciudadanos
que respaldan sus propuestas con una vida profesional detrás y cuatro años de
trabajo aprendiendo desde dentro cómo funciona su ayuntamiento, su comunidad o
el estado que quieren gobernar. Ciudadanos que entienden la negociación y no el enfrentamiento como el camino para mejorar el mundo. Ciudadanos, en fin, que se han acercado a la política
como la única forma de mejorar la vida de los demás, y no la suya propia,
porque, a diferencia del político que llena los cuadros de algunos partidos, se
han ganado la vida fuera de la política, y lo volverán a hacer cuando su
carrera política finalice.
Su país, su comunidad y su municipio tienen una
oportunidad. No embistan, piensen.
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