lunes, 25 de diciembre de 2017

2017. UN AÑO DE RUGBY

Se va el 2017, personalmente un año maravilloso. Parte de culpa la tiene el rugby y la gente del rugby. Con el frío de fin de año llegan días de balance, así que desde la insolencia que me da ser un tipo sin complejos, me he preguntado si realmente el 2017 ha sido un año de rugby... y me he contestado.

Arrancamos en clave nacional, el Chami de mis amores pagó lesiones y sanciones en el momento de la verdad. Así, después de la  fantástica semifinal en el barro de Alcobendas, llegamos a la tierra prometida de Zorrilla contra una Santboiana que se llevó con todo merecimiento una final de copa deslucida en el antes, el durante y el después, el único día que ha llovido en Valladolid en todo el año. Quien soñara con que la dictadura pucelana había terminado no tardó en despertar: Para la final de la liga sólo sacaron invitación chamizos y queseros. Celebrada el día de mi cumpleaños, fue una final cien por cien táctica que cayó, también merecidamente, del lado del VRAC, en un Pepe Rojo que se queda pequeño de año en año, a pesar de las ampliaciones. El Salvador estuvo donde hay que estar, y perdió, otras veces ganará, pero sigue dando pasos en la dirección correcta: cantera, estabilidad y crecimiento económico y responsabilidad social.

En el contexto internacional, siguen los años del Imperio Kiwi, el imperio de la excelencia. Únicamente los Lions, en una gira épica, y los aussies en el partidazo de la Bledisloe Cup hicieron morder el polvo a los demonios negros. Cerca estuvo Escocia, que sigue creciendo comandada desde la cueva por un excelso Stuart Hogg que genera murmullos sólo con acercarse al oval. Y detrás, muy atrás, en las laderas del camino quedaron los cadáveres de una Sudáfrica que apuesta pero duda, una Argentina que continua pagando caros sus errores y una Francia que acaba el año ilusionada con una bisagra joven y descarada pero que sigue pareciendo una sombra de lo que fue. Incluso la sobria Irlanda que les hizo doblar la rodilla en 2016, hoy parece lejos del nivel de los neozelandeses. Sólo el quince de la rosa, después de ganar con solvencia el SeisNaciones y los test match de verano y de invierno se muestra capaz de plantar cara a los All Blacks en un enfrentamiento deseado por todo el planeta rugby y que nunca acaba de llegar.

A años luz de todos estos, la piel de toro huele a rugby cada vez más. La selección nacional se ha puesto a dos partidos de una clasificación histórica para el mundial de Japón. La apuesta de foráneos y nacionales y el compromiso de los Top14 y ProD2 está sacando adelante el proyecto e ilusionando a una afición que, al menos por la parte que me toca, echa de menos un partido de los leones en Zorrilla. Las que este año probaron las mieles del mundial fueron las chicas, que siguen creciendo y afrontan ahora una etapa de renovación. Su décimo puesto en una competición que dominaron con mano de hierro las neozelandesas dignifica el trabajo que están haciendo.  

Si hablamos de jugadores, ha sido el año de los correcaminos. Para deleite de nuestros ojos, en este 2017 hemos asistido a la confirmación de un apertura de leyenda. The Serial Killer Dandy -Beauden Barret- es una cpu de alta capacidad montada en una centella que vuela sobre los campos de rugby del mundo. Desde marzo a diciembre nos ha seducido con un sinfín de rupturas, pases de ensueño, offloads vertiginosos hechos con precisión de cirujano... pero lo peor: desde marzo a diciembre no ha habido nadie que haya jugado contra BB que no mirara atrás cuando encaraba en solitario la gloria del ensayo. Si se pusieran en un montón todos los placajes que este angelito ha hecho entre la línea de 5 y la de marca, Jesse james y Billy el niño resultarían una compañía de lo más recomendable.


No ha sido todo Barret. La fábrica neozelandesa ha sacado dos productos más que han copado el pódium de las estrellas del año. Por un lado Rieko Ioane ¿Es una gacela? ¿Es un búfalo? El ala de los Blues y los All Blacks ha destrozado cinturas y pulmones a partes iguales en una demostración que ha recordado por momentos al mito que se fue hace ahora dos años y que vivirá para siempre en nuestra memoria y nuestros corazones. Solo nombrarle duele.

Y por último, la postrer irrupción en el universo rugby ha sido Damian Mckenzie, el hombre del campo a través. Ya nadie se pregunta donde va cuando corre en horizontal. Las defensas han sufrido en sus carnes lo que supone abandonar la formación para ir a por “the blond pocket rocket”. El último exponente del rugby moderno es un espectáculo de coreografía, para tristeza de aquellos que sienten el rugby de delantera, de riñones, de rodilla al suelo. El rugby de siempre que apunta a que no volverá.

En estos días de chimenea y recogimiento, mientras fuera la cencellada se hace dueña de la vida, todavía me parece oír las cabalgadas de Mike Brown, de Folau, de Liam Williams y también de Zebango, que se hizo querer como ninguno. Todavía me parece oír el corazón de Hooper, de Mamea, de Creevy o de Rory Best, los gritos en las touches de Walker Fitton, de Itoje, de Retallic, los dientes rechinando de Dan Cole o de Wyn Jones. Todavía escucho las patadas de Farrell, de Sexton, de Graaf o de Jantjies, hasta el susurro del cerebro maquinando de Edie Jones o las manos de  Steve Hansen aplaudiendo cara contra envés, y, al fin, todavía resuena en mis oídos el grito de una danza tribal en un teatro de Oviedo, el día en que Asturias mira al mundo y el mundo mira a Asturias. Y sonrío, y me doy cuenta de que sí, que definitivamente el 2017 ha sido un año de rugby.

1 comentario:

  1. Estupendo ejercicio de memoria, que desde el mundo de la política,realiza un gran Rugbier que sabe muy bien que es el respeto y la humildad.

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